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Nuestro YO-YO

Hola. Cómo están. Seguramente están pensando en sus cosas. Sus problemas. Sus ideales. Sus objetivos. Cómo lograrlos. Su entorno. Su familia. Sus amigos. Sus parejas. Sus besos. Sus trabajos. Sus logros. Sus. Sus. Sus. Buscando la fórmula para triunfar en sus proyectos. Todo es más extremo si te pasó a vos. Todos viven en un mundo que gira alrededor suyo, quieran o no. Somos así. Somos el hilo del yoyo que sólo sube y baja una vez tras otra sin desprenderse de su sostén. Y no está mal. Hay que ver cuan estricto es el yoyo de cada uno. Cuan egoísta es nuestro yoyo. Realmente es primera persona. O es un vos yo o un nosotrosvosotros.
¿Qué es ese nosotros? Si hay un nosotros y un vosotros quiere decir que nosotros somos de una manera vosotros sois diferentes. Nosotros tenemos unos derechos. Vosotros tenéis otros. Nosotros ciertas obligaciones, vosotros otras.

Todo eso se preguntaba Angelina ¿Es esta la forma de vivir? ¿Si vivimos bajo el mismo cielo, por qué tiene que ser tan disgregador el suelo? Este liberalismo. Capitalismo. Darwinismo social. Positivismo. Corrientes idelógicas o sistemas que piensan que siendo todos individualistas crearemos una sociedad que salga adelante. ¿Es eso una sociedad? Una sociedad formada por individuos individualistas con objetivos personales. Cruzó la calle, salía de su casa para su trabajo. Pasó por delante de la verdulería que siempre estuvo en la esquina de su casa por la que pasa delante 10 veces a la semana. Miró al verdulero, la miró. Punto. Miradas sin sonrisas, sin gestos. Su nombre no lo conocía. Siguió. Era la vieja de las palomas. Esas ratas voladoras, no se las podría exterminar de una vez por todas. Las detestaba. Siguió caminando con la mirada fija en el horizonte. Un horizonte que le inspiraba confianza. Confianza, simpatía, alegría. Tomó el colectivo. Viajaba al lado de una anciana a quien nadie se ofreció a darle el asiento. No debería decirle a alguien que se pare, no no, debo concentrarme en mis cosas la vieja puede aguantar.
Unos chicos habían cortado la calle. Tenían fotos de chicos desnutridos. Los chicos de Tucumán, decía el cartel. Pobrecitos pensó. Pero luego lo olvidó. Yo tengo demasiado problemas para pensar en eso. que se ocupen ellos ¿Y nosotros que hacemos entonces? ¿Quienes son 'ellos'? ¿Son más capaces que 'nosotros'?
Terminó el trayecto. Bajó. Entró a su trabajo mostró la credencial y subió hacia su oficina.
La empresa era muy bella. Oficinas pintadas color verde claro con detalles en rojo. Una combinacion perfecta de colores según su gusto. Entró a su oficina, perfectamente ordenada. Ya había prendido la computadora cuando escuchó unos gritos.
-"No me despidan, no no por favor ¿Qué voy a hacer con mis hijos? Prometo hacer todo lo que me digan, nunca más comeré una cucharadita de dulce de leche irá todo a vomitar. Lo juro." -una puerta se cerró-
A Angelina le corrió un escalofrío, era una chica de 19 años con 2 hijos. Era muy charlatana y simpática, tenía una sonrisa hermosa. La más hermosa que había visto en su vida. Pero que estaba pensando. Sin embargo ese ruido de una puerta cerrándose nunca se lo puedo borrar de su memoria. Lo que no sabía es que una puerta cerrada implica la apertura de otra.
Siguió cargando datos en en la computadora. Su jefe se le acercó le dijo que no podría salir a almorzar en todo el día porque había mucho trabajo que hacer.
El reloj dio las 7:30, era la hora de irse ya había transcurrido toda la jornada laboral. Salió de su oficina y luego atravesó la misma puerta por la que había salido aquella chica. Los recuerdos la invadieron, su conciencia mudo y pertinas testigo siempre presente, fue borrada por sus miedos.
Salió a la calle. La gente caminaba pendiente de sus cosas y parecía tener pánico a tocarse apenas o mirarse con sus pares callejeros. Las mujeres eran fuertemente amarradas por sus carteras, hombres sujetados por sus valijas. Sus elementos de valor y su dinero no los dejaban en paz. Angelina miró a su izquierda un mendigo que tocaba maravillosamente el saxofón: jazz como nunca había escuchado. Ese hombre debería estar en Broadway, pensó, reemplazando a idiotas que lo único que pueden tocar ni siquiera produce sonido alguno. Por suerte porque sino estamos en graves problemas. Pensó en dejar algunas monedas. Pero no, que se las arregle, ella no era quien para estar pendiente de los problemas de los demás.
Llegó a su casa, el verdulero seguía trabajando. Unos chicos recogían basura. Parecía que querían hacer salir cartón hasta del propio plástico de la bolsa. Pobrecitos. Uno de ellos era una niña de no más de 4 años y cargaba una bolsa que debía pesar el doble que ella. El otro era fumado por los cigarrillos. Camel. Y los demás todos con pantalones cortos eran enfermados por el frío de un 24 de abril. Abril, mayo, junio, todos los meses de Angelina serían tan angelicales como irreales.

Pero quien soy para pensar en los problemas de los demás. Yo ya tengo mis propios problemas. Mis ideales. Mis objetivos. Cómo lograrlos. Mi entorno. Mi familia. Mis amigos. Mi pareja. Nuestros besos. Mi trabajo. Mis logros. Mis. Mis. Mis. Busca la fórmula para triunfar en sus proyectos. Todo es más extremo si le pasó a ella. Vive en un mundo que gira alrededor suyo quiera o no. Y para ella, pobrecita angelical, no está mal. Asi es.
El verdulero escuchó la puerta que se cerraba al lado de donde estaba. Estaba devuelta en su angelican burbuja. En su hilo del yo-yo que solo sube y baja una vez tras otra sin desprenderse de su sostén.

Por Brenda Margulis.

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